Es una pena perderse la infancia y juventud de nuestros hijos, solo pasa una vez, y muchos se lo pierden para cambiarlo por más tiempo de trabajo del necesario, que quizá se traduzca en más dinero, o más reconocimiento y palmaditas en el hombro. Y nuestra vanidad nos nos permite ver que esa palmadita, a veces muy necesaria, generalmente no significa casi nada. Conozco el caso de un prestigioso médico que me confesaba que en su vida no había parado de trabajar, de viajar a congresos, conferencias, escribir libros, etc, y había ganado mucho dinero y prestigio. Con los años reconocía que su vida había sido un fracaso, pues el prestigio está muy bien, pero su vida privada era un desastre, el dinero se lo había fundido su mujer en abrigos de visón, y no tenía el cariño de sus hijos, que le veían como un simple cajero. Creo que si uno es consciente de que tiene un problema de este tipo, siempre se está a tiempo de rectificar.
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